Notas Sueltas es un espacio de opinión sobre diversos problemas de carácter social, económico y político de interés general. Los comentarios pueden enviarse a: jdarredondo@gmail.com

jueves, 28 de noviembre de 2013

De espaldas al futuro

Ya ve usted que los medios impresos y electrónicos le meten en la cabeza a la gente que a ruta del país es hacia adelante, hacia un futuro promisorio donde habrá empleo, baja inflación, salario justo, seguridad, buena educación, cobertura hospitalaria, estabilidad macroeconómica y una serie de bondades emanadas de acuerdos y tratados con el exterior. La ruta hacia el progreso pasa por México y, desde luego, uno de los puntos del trayecto es Sonora.

Las bendiciones y augurios parecen ser administrados por la mano firme y progresista de hombres con la mirada puesta en las ventajas de la globalización, la apertura comercial y energética, combinada con una sabia política laboral que haga de nuestro país un paraíso para los inversionistas, cuyos capitales y sapiencia derramarán sus prodigios por las actuales arideces nacionales. La prensa, siempre atenta y perspicaz, da cuenta de todos estos sucesos presentes y futuros sin escatimar adjetivos ni ocultar sustantivos ni verbos, demostrado que también se hace patria al abonar el terreno de las inserciones pagadas o por concepto de espacio gubernamental. La vida en rosa del Estado tiene por heraldo fiel la maquinaria mediática  que la perpetúa y magnifica.

Si el panorama está pintado de los más vivos colores, ¿para qué preocuparnos por las sombras y manchones de la realidad?

Desde hace muchos años la certidumbre de contar con petróleo al amparo de la Carta Magna y leyes secundarias, nos persuadió de que la abundancia era lo que habríamos  de administrar, no los precarios recursos públicos ni la miseria expresada en los colores y sabores típicos de un pueblo mayoritariamente de salario mínimo o niveles de infra-subsistencia, frente a otro segmento menor de gran poder adquisitivo, forrado de dinero y blindado de impunidad ante la ley. Al inicio de la década de los 80, el discurso oficial centró sus baterías en la descentralización administrativa sin soltar prenda en lo relativo al poder, representado por la capacidad de controlar las decisiones mediante el simple expediente de tener la llave del dinero a buen recaudo.

La llamada década perdida replanteó la relación del gobierno nacional con los locales e inauguró procesos de racionalidad económica al establecer la obligatoriedad de la planeación, aunque durante los años 90 el rigor metodológico se fue relajando hasta llegar a la caricatura pestilente que hoy dibuja sexenalmente el gobierno de la república y que da en llamar “plan nacional de desarrollo”.

En la medida en que los propósitos nacionales ceden ante los embates del mercado a la hechura y conveniencia de EE.UU., nuestras instituciones y leyes se repliegan en cuanto a su sentido social y nacionalista para quedar como simples piezas del engranaje de la dependencia. Sin sentirlo, se ha dado un golpe de estado a la nación desde el propio gobierno que está obligado a cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanen. Pero como éstas cambian a modo de satisfacer los apetitos expansionistas y depredadores de nuestros “socios” del norte, ahora tenemos que es legal aunque no necesariamente legítimo, el obsequioso mecanismo económico, jurídico y político que nos priva de nuestros recursos naturales y estratégicos, nos hace llamar industria a la absurda instalación de maquilas, comprometer la calidad del ambiente y la existencia de flora y fauna que son vitales para el presente y futuro de la nación.

Ahora, gracias al cambio en la Constitución y en las leyes secundarias, es legal la criminalización de los deudores de la banca, la de los maestros que defienden la educación pública, la de los ciudadanos que se organizan para reclamar sus derechos, la de quien aspira a tener un trabajo decente, un salario digno, un mejor futuro para los hijos.


La entrega de la nación a los intereses privados predominantemente extranjeros, hace pensar que en México se ha dado un giro hacia el pasado, hacia las nebulosidades del porfiriato, hacia la certidumbre de que son los extranjeros y no nosotros quienes podrán sacar el mejor provecho de todo lo que la naturaleza nos ha dado. Nuestro siglo XXI es, al parecer, el de la profundización de la dependencia, la liquidación de los derechos sociales y económicos conquistados con sangre durante nuestra etapa revolucionaria. Estamos, por decreto, de espaldas al futuro.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Mirando al sur

Por absurdo que parezca, los efectos de un trato coloquial con el imperio nos hacen permeables no sólo a su cultura de violencia y desperdicio, sino a su ideología de segregación y muerte. Por ejemplo, en economía pensamos en los mecanismos de integración no como una asignatura que debemos abordar para el beneficio nacional de la proximidad con el extranjero, sino como una fatalidad integradora de un polo minusválido para cualquier emprendimiento “moderno” y otro que posee el saber y los recursos para aprovechar lo propio y lo ajeno. Tal perspectiva teórica y práctica nos convierte en el elemento subordinado que busca esa unidad extraterritorial como salida a los males presentes y futuros de nuestra independencia y democracia.

Tenemos economistas de proyectos maquiladores, de inversiones extranjeras que llenan los espacios y tiempos locales y regionales configurando la obediencia obsequiosa a los dictados del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, privatizando pensiones, fuentes energéticas, sistemas de educación y salud, espacios fronterizos y marítimos, lo que nos permite pensar en que la posesión de playas y valles, tierras fértiles y ricas cuencas hidrológicas, petroleras y mineras sólo pueden rendir frutos mediante la fertilización artificial de la inversión extranjera directa privada, o en los extraños marcos de la inversión público-privada, o en los contratos de usos múltiples, incentivados o de utilidades compartidas, en áreas que de ser estratégicas pasan a convertirse en ventaja para quienes desde fuera compra el derecho de aprovecharse de lo nuestro.

El economista con visión nacionalista que es capaz de luchar en la teoría y en la práctica por un México independiente y soberano, queda reducido a una minoría selecta que investiga, escribe y habla ante audiencias que asisten en busca de catarsis, de espacios libres donde la crueldad de una vida laboral bordada en sangre por las agujas de los organismos financieros internacionales parezca alejarse de momento. Nuestro condicionamiento laboral a los imperativos de la nueva colonización financiera, comercial y crediticia permiten pulverizar el derecho de los trabajadores a una vida digna y erigir en su lugar el monumento funerario de la dependencia profunda a los caprichos del mercado: la tercerización, el outsourcing, pueden ser los nombres de la nueva esclavitud. Obligaciones sin derechos laborales, fraccionamiento de la jornada de trabajo, precarización de las condiciones de vida, ataque mediático constante a los principios y valores sociales y políticos y la más rabiosa transculturación parecen ser las coordenadas del drama neoliberal mexicano.

La operación limpieza que ha emprendido el neoliberalismo nopalero pasa por la memoria histórica que diluye el sentido de las fechas onomásticas como el 20 de noviembre, que se convierte en un desfile anodino marcado en el calendario como un nuevo fin de semana que genera puentes sobre las aguas de la heroicidad nacional: la lucha contra el invasor, la defensa de lo propio, el rescate del patrimonio nacional, la reivindicación de la legalidad, son simples anécdotas que conviene trivializar en la memoria de los estudiantes, formados ahora no para defender la nacionalidad, sino para ser emprendedores y empleados transitorios de las empresas extranjeras que explotan el espacio económico mexicano.

En medio de las campañas publicitarias que nos llevan al “buen fin”, emergen cada tanto los esfuerzos que en otras latitudes de nuestra América realizan los gobiernos nacionalistas congregados en torno a iniciativas como ALBA, que expropian al extranjero recursos como petróleo, minería y banca, para beneficio de sus pueblos. Venezuela, Bolivia y Ecuador, por mencionar sólo tres, nos dan el buen ejemplo.


México acaba de celebrar un aniversario de su Revolución, dos días antes de la fecha verdadera. El 20 de noviembre debe ser un día para reflexionar lo que nos hemos desviado de los objetivos revolucionarios, a costa de qué lo hemos hecho, qué podemos hacer para retomar el rumbo y qué tan dispuestos estamos para afrontar los riesgos. ¿Por qué no volver a llenar las fechas históricas, hoy vacías y ridículas, caricaturizadas por gobiernos anodinos y serviles al extranjero? Sin duda alguna debemos voltear y mirar al sur y participar en las luchas de los pueblos libres que integran la Patria Grande.